Mi instinto, autónomo como solo él, por sospecha te señala. El cuerpo grita alerta y sin embargo, todo es calma. Casi que blanda luce tu luz, serena como la nieve, pero te miro y me encegueces…La estática me asedia, la duda me congela. Así sucede en las cumbres cuando asciendes, te dejan sin aire y el resplandor te detiene.
Luego me invade la suspicacia, quiero subir y arriba no se que me espera, calor o frío…Así me pasa contigo. Diría que ese momento de incertidumbre es más bien insólito, sé del fuego más allá de su umbral, pero una ráfaga helada me puede tumbar y hacer regresar. No sé definir ese momento, a veces cautiva, a veces priva y me vuelve a la orilla.
Más allá de esa frontera, el aire falta, el pulso aumenta. El cuerpo se libera y abate toda duda, instintivo y demoledor. Recorrerte se convierte en hazaña, riesgo y peligro se funden, no hay contingencia que valga. Romper hielo es escalofriante, detrás hay roca, debajo magma…Valía la pena sospechar, eres volcán, silente volcán.
Escalarte es incierto, tus fronteras están ocultas, se sube con cuidado. Las vetas rojas en tu cuello son señal de camino, lava que baja la falda y derrite el frío. Se abren grietas a lado y lado, el suelo calienta y la roca ablanda, el volcán cruje en lo profundo. Explosión de vida, se funden cumbre y orilla, destello de luz que arrasa…Destello de fuego que deseo.
Hacerte el amor es subir un volcán helado, contemplar el cráter y fundirse en el intento. Volver a la orilla es aparatoso como quién resbala y termina abajo, sin hielo, sin fuego ni agua, sediento. Rutas por descubrir, trescientos sesenta grados para escalarte.
Amo tus destellos de fuego, volcánica tú, Luz.
Tony Varela, Hamburgo 03.04.2023
Que poema más bello! ❤️