La clase de ética en el colegio, con el profe Fidel, de esos maestros con sabor a amigos, fue siempre de mis preferidas. Fidel era de los pocos que entendía, o por lo menos no detenía, mis ganas adolescentes por contrariarlo todo. Me dejaba discutir con mi sombra si era necesario, pero siempre, tarde o temprano, me hacía pensar. Se suponía que Sócrates, Platón y demás barbudos griegos eran los temas de tablero, pero el encanto de la clase era justamente trasladar la filosofía abstracta a lo cotidiano de aquellos 14 o 15 años que llevaba sintiendo.
En todo caso, nunca supe bien quién fue Platón y nunca fui a la biblioteca a buscar sobre el. Siempre supe que los amores platónicos eran como amar a una estrella, a una actriz o modelo inalcanzable, pero nunca super porque la referencia al filósofo. El tiempo, como siempre, fue preciso al despertar mi interés. A deshoras y en mi búnker, divagaba por mi librería de 32 pulgadas, buscando razón de ser. Me dijo que yo sería algo como su amor platónico y lejos de hacerme sentir una estrella, me apretaba el alma.
En palabras de Platón encontré que la belleza existe eternamente, que ni nace ni muere, ni mengua ni crece. Me detuve sobre una línea que dice que es este, el momento de la vida que más que otro alguno debe vivir el hombre: la contemplación de la belleza en sí. Sentí una tranquilidad inmediata que me erizo la piel sabía que en mi vida ya había tenido ese momento revelador de contemplarla, sentir un éxtasis que trasciende. Cerré los ojos y allí seguía, a un milímetro de mí. Simpaticé con Platón sin haber ahondado mucho en tanto que escribió. Pude entrar en su plano intangible de lo bello desde el solo recuerdo de tenerla a ella frente a mí.
Que abstracto que es, pensar que el amor pertenece a un plano de existencia totalmente separado de lo físico, siendo que por solo sentirlo, mi cuerpo en su materia, se estremece sin tocarla. ¿Será que el amor, como yo lo entiendo, es un desafío al dualismo mismo de Platón? Me sumergen en reflexión tantos pensamientos escritos, apenas descubro la profundidad de la filosofía. Traslado el amor platónico a lo cotidiano de mis días, hoy, y sé que encontré la esencia misma de la belleza, esa que intuimos y no podemos llegar a hacer nuestra, pura y verdadera. No puede haber más Platón en el amor que ella despierta, inalcanzable no por distancia, si por limitaciones de la materia que representa mi vida.
La descubrí y la guardo.
Barranquilla, 05.01.2019.